martes, 20 de septiembre de 2022

 

REFLEXIONES  SOBRE LA VIDA DE PUEBLO.

     El texto lo envía una joven Trabajadora Social  que trabaja en la zona rural con la población de la tercera edad, valorando la riqueza de la vida que ofrecen nuestros pueblos.

“La vida de pueblo no se puede explicar. La vida de pueblo se siente, se vive, se disfruta.

La vida en los pueblos es compromiso con los vecinos, es el cuidado de lo que te rodea, es el mimo del trabajo de la tierra. Es sentir el paso de las estaciones sin prisa, con lo que cada una trae, con lo que cada una se lleva.

Es el cielo estrellado infinito y las horas sin tiempo. Son las noches de verano eternas, con la compañía de quien nos ha visto crecer, o con su recuerdo en la memoria. Son olores.

Es apreciar la tierra, la vida, en todo su esplendor.

El campo nos da. Nos mantiene y nos sostiene. El campo se encarga de llenar el cuerpo y de empeñar el alma.

Quien lo trabaja conoce la tierra que le rodea, las piedras del camino, las propias y las del vecino. Quien lo trabaja es un poco de mecánico, un poco de meteorólogo, un poco de artesano, un poco de adivino, un poco de tesorero. Es un mucho de paciente, de vivir un tiempo que no lo marca el reloj; es un mucho de dedicación, de empeño, de esfuerzo, de constancia y de sacrificio. Es una manera de entender la vida y de dedicarla a lo que nos mantiene a los demás.

El campo es agricultura y ganadería y naturaleza y es, sobre todo, respeto.

Nos nutrimos de cada una de las partes que lo conforman. No importa ninguna de nuestras características diferenciadoras. Todas las personas vivimos del campo.

¿Por qué no devolverle todo lo que nos da cuidándole y trabajándole como se merece? ¿Por qué abandonamos los pueblos que tanto bueno nos han dado?

Los pueblos son la red que nos sostiene. De ellos venimos. De la libertad de correr sin miedo y experimentar sin límite. De vivir las horas exprimiendo cada minuto. De sentir el calor del verano, pero, sobre todo, de sentir el frio en invierno. De sentir el bullicio y resistir el silencio. De las calles vacías y casi sin luz, del humo de las chimeneas, de las cortinas que se abren ante el menor ruido, del sentido de comunidad y pertenencia. 


 

El pueblo es de quien lo vive y lo disfruta. El pueblo es el mayor regalo que podemos aprovechar. Esa calma, ese descanso, esa desconexión casi involuntaria y ese volver a los orígenes.

Te hace ir despacio. Te hace respirar. Te hace apreciar los detalles más pequeños. Te hace darte cuenta de ese mismo tiempo que se nos escapa en la prisa y en el quehacer diario.

¿Cómo conseguir que la gente vuelva a pueblo? ¿Quién querría dejar la ciudad y vivir aquí? ¿Cómo consigues vender la paciencia en vez de la inmediatez? ¿Cómo enseñas a valorar esa vida de sosiego encubierto mientras te limpias el sudor de la frente? ¿Cómo puedes demostrar que la paz se puede respirar y sentir? ¿Cómo puedes enraizar en la tierra? ¿Quién está dispuesto a romper con las comodidades y las opciones que se concentran en la ciudad? 

 


La vida en el pueblo solo está hecha para los valientes. Para los que están dispuestos a arriesgarse a crear una nueva mochila de recuerdos y a desempolvar las “viejas costumbres” de saludar a cada uno mirando a los ojos; de intercambiar huevos de gallina por tomates y calabacines de la huerta; de ayudar al de al lado cuando sus aperos “no quieren trabajar”; de ser vigilantes de los más mayores y guardianes de los más pequeños; de saberse los nombres y, por qué no, la vida, de cada vecino; de compartir recuerdos al fresco; de pasearse los caminos sin cascos y solo con el crujir de las piedras bajo nuestros pies”.

 

A mi tío Roberto, por ser ejemplo.

Alba Torices Blanco.

 

                 


 

 

 

 

DOS COMENTARIOS OPORTUNOS DE UN LUGAREÑO:

El primero me dice que las campanas sí tienen acceso, aunque se usan poco. Una grata realidad porque en cualquier  momento, las escucharemos sonar.

El segundo, es un recuerdo para los varales  donde  se colgaban los chorizos para curarlos, después de la matanza del cerdo. Chorizos que, efectivamente, tanto hambre quitaron.

Gracias Roberto

sábado, 10 de septiembre de 2022

 

 

 GEOGRAFÍA DEL PUEBLO Y OTRAS CURIOSIDADES

Lo que refiero a continuación está basado en la observación y el recuerdo que tengo de mi pueblo, Jabares de los Oteros, a finales de los años 50 del siglo XX.

Jabares es un pueblo en la línea de transición entre la Ribera  del Esla y la comarca de los Oteros. Se puede decir que, su término municipal está en dos escalones o terrazas, Una baja que limita con la ribera y otra elevada que se abre a los Oteros.

Un otero es un cerro aislado que domina un llano. Un otero es un altar, según, su etimología. Otero es la versión castellanizada que deriva de la antigua versión gallega-portuguesa Outeiro. Esto a su vez deriva de la palabra Altariu, deformada del latín altare, y que significa Altar. Por otro lado, la palabra otero se refiere ancestralmente a un montículo que sobresale de un llano. Así es, este pueblo está en un alto y desde él se vislumbra  una llanura y sus límites, como la Cordillera Cantábrica, si viajas en dirección Norte.

El  territorio que abarcaba el pueblo, y hasta los años 80, cuando se realizó la concentración parcelaria  y se construyó el canal del río Porma,  tenía zonas de regadío, que pertenecían a la ribera y otras de secano, que eran de los Oteros. Ahora desde la llegada del citado  canal,  ya todo es regadío.

 Como he dicho anteriormente,  el pueblo está situado al Sureste de la provincia de León.

 El Norte del pueblo limita con el territorio de Campo de Villavidel. Para acceder al pueblo desde esa zona es necesario subir una cuesta, al final de la cual hay una explanada donde se ubica el actual cementerio; después hay otra bajada, conocida como “los hondones”  donde se acumulaban pequeñas lagunas temporales para iniciar una nueva cuesta, ya poco prolongada donde se encuentran, en zona plana, las primeras casas del pueblo del límite norte.

 Si desde aquí se avanza  en dirección Sur  un espacio de 300 metros aproximadamente, se encuentra otro pequeño otero,   donde se ubica la iglesia,  que como no puede ser de otra manera es la cota más alta del pueblo y por tanto, está, estratégicamente, situada. La iglesia primitiva - del S. XIII, gótico mudéjar - como todas, excepto la actual, tenía su acceso por el  sur  con zona porticada y bancos para el descanso, donde se impartía la doctrina a los niños para la preparación a la primera comunión.  Sobre  las vigas  de la techumbre del pórtico, se hallaba un palo muy largo  que tenía enrollado una tela,  desaparecido al derruirse  la iglesia.  Nadie nos  lo mostró, ni nos informó de su función ni lo que representaba. ¿Por qué? es una cuestión, que como   Bob Dylan, dejo en el aire. Intuyo que era el “Pendón” del pueblo. Visto desde mi perspectiva actual, siento añoranza por las cosas perdidas.

 Desde este pórtico, de tamaño grande como la iglesia,  se divisaba una  pequeña llanura en torno al  río/ arroyo  Valdearcos, afluente del Esla y  a la carretera que conduce  hacia Valencia de Don Juan.

En el lado Norte de la iglesia había  un pequeño  cementerio, hoy desaparecido bajo la actual iglesia. Dentro de la misma también había enterramientos bajo un suelo de madera con diversas aperturas.   En el interior de este lado, había dos altares menores. 

El altar  principal estaba dirigido al Este, es decir hacia Jerusalén,  cuya pared estaba ocupada por  un gran retablo, delante del cual se ubicaba el altar mayor que ocupaba una superficie elevada respecto del resto de la iglesia cerrada por una balaustrada, a partir de la cual se situaban los fieles: las mujeres en la parte de delante en reclinatorios y los hombres, en la parte posterior ocupada por bancos. La  zona  destinada al altar estaba cubierta por un artesonado mudéjar, derribado en los años 70.  Algunos de sus restos se conservan en el museo diocesano de León.


 

En el lateral Sur, estaba la sacristía, delante de la cual se situaban los niños  durante las celebraciones religiosas y el púlpito. También había dos altares menores: el mayor de ellos dedicado a  San Antón con su corbata, el patrón del pueblo y detrás del altar más pequeño, próximo a la puerta de entrada, había un arco ojival ciego  cuyo interior estaba decorado con una interesante pintura gótica, que cuando la iglesia se derrumbó, en los citados años 70, fue retirada y llevado al museo diocesano de León.

En lado Oeste de la iglesia, estaba el coro en lugar elevado al que se accedía por unas escaleras de madera. En la zona que hace esquina con el norte, se situaba una pila bautismal de tamaño importante. En el exterior de esta pared, se levanta un campanario al que se accedía, desde la calle por una  escalinata empinada de madera, a una espadaña de doble campana, la cual es el edificio más alto del pueblo, con vistas a la ribera del Esla.

Las campanas sonaban los domingos, una primera “seña” para recordar la hora de la misa y una segunda para anunciar el comienzo  de la misma. Tocaban también “a muerto” cuando fallecía algún vecino; repicaban durante  las procesiones y volteaban el domingo de Gloria. Se utilizaban también para avisar de cualquier suceso o situación que requiriese de la ayuda y/o conocimiento del pueblo - para hacendera,  incendio...

                Actualmente, guardan silencio ya que el acceso a las mismas no existe. En los salientes de la espadaña se sitúan las cigüeñas con sus nidos,  sus polluelos y su característico ruido machando la comida para dar  de comer a sus crías.

De la citada construcción, únicamente, se conserva, el campanario. En una parte del solar, varios años después, se construyó un nuevo templo, habiéndose perdido: todos los altares y sus retablos, el principal y cuatro secundarios; el pendón del pueblo, la pila bautismal; el púlpito…

Para el acceso a la iglesia  y a la zona poblada desde el Sur, donde se encuentran: el  Valdearcos, que  se cruzaba saltando una hilera de pequeños mojones;  un caño artesiano, donde bebía el ganado;  una zona de barrera y las eras del pueblo; hay que subir una pequeña cuesta, de escaso desnivel y poco prolongada hasta alcanzar la zona plana donde están las viviendas.

Para acceder al pueblo desde el Oeste, que limita con el término de Cabreros del Rio - pueblo de ribera y  cabeza del ayuntamiento al que pertenece Jabares -, también hay que superar otra cuesta de poco desnivel, pero prolongada.


 

La población se asienta en una zona, relativamente, plana. Desde el oeste en dirección al Este hay una pequeña inclinación del terreno donde se formaba con el agua de lluvia, en el otoño e invierno, una barrera natural. A partir de la misma, se suceden pequeñas cuestas  que derivan en planicie en dirección Este donde se encuentran varias casas y los medios de comunicación del pueblo: la carretera local LE 512, que comunica Mansilla de las Mulas con Valdemora, y el antiguo ferrocarril.  A finales de los años 60 del siglo XX, desaparece el tren de vía estrecha, llamado “tren burra” que comunicaba León con Valladolid. Por esta vía circulaban trenes tanto de mercancías como de viajeros. En el   apeadero del tren, y a las afueras de la población,  había una pequeña casa, conocida como “La Casilla” donde vivía el caminero  que cuidaba de la limpieza y buen estado de las dos vías de comunicación. A unos metros  de La Casilla, en dirección sur, había dos pequeños puentes  sobre el río Valdearcos, uno para el tren y otro, para los coches.  A pocos metros de la misma, en dirección norte, y separada de la población,  se  halla la ermita del pueblo, dedicada al Bendito Cristo, de la que actualmente, solo queda su espadaña, en la que había una famosa “esquila”, una pequeña campaña cuyo sonido tenía la propiedad de  ahuyentar las nubes cargadas de elemento eléctrico. Cuando en verano, se acercaban las nubes que presagiaban tormenta,  lo que podía arrasar los sembrados de cereal antes de ser cosechados, se debía tocar la esquila de la ermita para espantar las nubes y proteger los campos. 


 

A medio kilómetro, aproximadamente, de la misma, Al Noreste del pueblo en dirección a la vecina población  de Palanquinos, un importante nudo de comunicación ferroviaria en su día, se encuentra el Monte de Jabares, un  encinar  donde abundaba fauna de caza que, en su día fue  propiedad local  y después, en torno a los años 70, pasó a manos privadas. Este  es un símbolo de identidad del pueblo.

La zona del pueblo que se abre al Este, es una zona llana que limita con la comarca de Los Oteros. Desde este lado, se divisan, a lo lejos, algunos “oteros”   montículos elevados sobre la meseta y planos en su cumbre y otros más  pequeños y cercanos al pueblo, que son o han sido nuestras bodegas, porque una bodega de las nuestras, no deja de ser un otero.

Las casas del pueblo eran de adobe. Las construidas antes de los años 50 tenían el interior pintado y el suelo de tierra. Poco a poco se han ido transformando especialmente cuando se instaló el agua corriente a finales de los 60. Para el abastecimiento del agua se construyó un depósito en la parte más elevada del pueblo, al Este del mismo. También se construyó un caño artesiano al lado, que echaba un abundante chorro de agua  templada, muy agradable para lavar al aire libre, especialmente en invierno. El agua, proveniente de la capa freática del subsuelo, se depositaba en un pilón de paredes bajas donde se lavaba la ropa  que, cuando  le rebosaba, se encauzaba.



 

El suelo era también de tierra, pero bastante pedregoso. No recuerdo la fecha de su urbanización y  del encauzamiento del agua.

La economía de las gentes del pueblo se basaba, fundamentalmente, en la agricultura y la ganadería.

En las décadas de los 50, 60, 70  el pueblo tenía diversos servicios y lugares  de referencia para sus habitantes:

La iglesia y la ermita como lugares religiosos, además del cementerio. La fiesta local es el 17 de enero día de San Antonio Abad, patrono de los animales, más conocido por los lugareños como San Antón. También es festivo el día de Santa Rita de Casia, el 22 de mayo; festividad de la que desconozco su fecha de origen, si bien creo que está relacionada con la pertenencia de varios vecinos y vecinas del pueblo  a la Orden de San Agustín.




 

En el lateral Norte de la Iglesia, había un  trinquete para jugar a la pelota si bien, no existía una gran afición.  También se utilizaba  como lugar de juegos.

Las escuelas: En la parte Este del pueblo, en torno a la barrera anteriormente citada, había un espacio, hoy la plaza de la localidad, en el que se ubicaban dos escuelas, una de chicos y otra de chicas con casa de maestro y maestra. En torno al año 1955,  se cayeron de forma natural. Durante unos diez años, se impartían las clases en habitáculos proporcionados por vecinos del pueblo, dentro de sus casas. Aproximadamente, en 1965, se inauguró una escuela de niñas en el mismo lugar que las anteriores y se adecuó la casa de concejo como escuela de niños, próxima a la escuela de niñas. Ninguna de las dos tenía casa de maestros.  A mediados de la década de los 70, se unificó y quedó la escuela de niñas como escuela mixta, con una única maestra.  A finales de los años  80, los pocos niños que había se trasladaban en autobús a Valencia de Don Juan.

 



Hablando de la escuela, muchas veces he recordado un libro de lectura que me encantaba porque era un libro que abría la mente a un mundo más allá del entorno del pueblo al que se reducía nuestra vida. El libro se titulaba “Carmencita de viaje”. Después de buscarlo durante un tiempo, este verano de 2022, mi hija lo consiguió y he disfrutado mucho refrescando la memoria. Lo que supuso este libro para mí, lo  refleja muy bien una frase de García Lorca que dice: “Muchas veces un pueblo duerme como el agua de un estanque un día sin viento, y un libro o unos libros pueden estremecerlo e inquietarlo y enseñarle nuevos horizontes”. Es un libro editado por primera vez en 1958; en la escuela lo leeríamos en 1962 o 1963. Del libro recuerdo, especialmente, el capítulo dedicado a una fábrica de muñecas y  el de  una fábrica de fósforo con el que descubrí que, la cabeza color marrón de las cerillas, era fósforo.

 


La casa de concejo: con la unificación escolar, se transformó en bar. A finales de los años 50 había desaparecido el único bar que había en el pueblo que tenía,   también, pista de baile. Cuando este desapareció, a mediados de los años 60,  hubo otro bar muy espacioso, que se convertía en pista de baile durante las fiestas patronales  de San Antón y Santa Rita. El bar tuvo la primera televisión de la que podíamos disfrutar  y donde recuerdo pasar tardes de verano viendo corridas de toros, la  programación del único canal de Televisión Española. 


 

El médico y el practicante acudían  desde los pueblos vecinos: Cabreros del Río y Palanquinos, cuando los vecinos los necesitaban.

En los años 50, había dos tiendas de ultramarinos que disponían también de algún producto básico más, como zapatillas, chanclos, madreñas. El pescado y  la carne, llegaban en bicicleta, durante algún tiempo; pero a partir de los 60, junto a la fruta,  diversas bebidas, productos textiles se vendían en furgonetas de reparto que venían al pueblo con diversa periodicidad. El pan se repartía diariamente.

Creo que, a finales de años 70, en una de estas tiendas de ultramarinos, se instaló la primera línea telefónica del pueblo. Era un terminal de un centro de operaciones instalado en la vecina localidad de Palanquinos.  Desde ese terminal podían realizarse llamadas o recibirlas (la Señora Soles iba a casa del receptor de la llamada,  bien para darle el recado que le transmitían o para que este acudiera al teléfono). Siempre se hablaba  a través de la operadora en una comunicación público-privada, que sin embargo, considerábamos un gran avance.

También en los años 50 había  un molino para la molienda de diversos cereales. Y una pequeña fragua para herrar al ganado.

El herrero, en la década siguiente, disponía de una furgoneta que se utilizaba como medio de transporte de viajeros cuando no alcanzaban los servicios prestados por el autobús de la línea Gordoncillo – León y Mayorga – León que hacía un viaje de mañana a la capital y regresaba de tarde. En época posterior, aumentaron el servicio, pudiendo regresar  al pueblo al mediodía y hacer un viaje d ida y vuelta por la tarde.

El desplazamiento en tren, el llamado “tren burra” debido a la velocidad  a la que circulaba, apenas lo recuerdo;  también  pasaba un TAC de la línea Valladolid – León, pero no paraba en el pueblo.

En los años 50, en el pueblo había una costurera para vestir a las mujeres y una sastra  para los hombres; así como albañil.

Hasta los años 80, creo recordar, seguía habiendo una tienda de ultramarinos, pero, con  el avance de los medios de transporte, muchos servicios llegaban del exterior o  se adquirían fuera del pueblo.

Hasta principios de los años 60, existía otro curioso servicio, es de la curandera de verrugas. En esta época a que me refiero, eran muy frecuentes las verrugas en las manos,  llamadas clavos porque adquirían la forma de la cabeza de un clavo. Como, además de molestas, eran poco estéticas, recurríamos a una señora del pueblo, con consulta gratuita, que mandaba llevarle el mismo número de garbanzos que verrugas se tenían. Al cabo de un tiempo, que ella no especificaba, decía que las verrugas desaparecían, fenómeno que, casi siempre, ocurría. Cuál era el secreto poder oculto que utilizaba, se fue con ella; aunque algunos rumores decía que escondía los garbanzos y cuando estos se secaban también lo hacían las verrugas. Ahora sé que las verrugas comunes son pequeños bultos granulares en la piel que aparecen con mayor frecuencia en los dedos o en las manos,  que son causadas  por el  virus del papiloma humano (VPH) y se transmiten por el tacto. Las verrugas comunes suelen ser inofensivas y, con el tiempo, desaparecen por sí solas, con la ayuda de  nuestro sistema inmunitario.

Si damos un salto en el tiempo y nos colocamos en la actualidad, los servicios se reducen a  un bar y, gracias a la buena idea de una mujer  jabareña y emprendedora, en el pueblo existe la quesería “El Praizal”, que elabora sus diversos quesos con producto autóctono de leche de oveja,   de esta forma no solo oferta un buen y reconocido producto, sino que también  da visibilidad a la localidad.

 


 



 

 

        SUS GENTES 

En un determinado momento del proceso del  recuerdo, y como  forma de ejercitar mi memoria,  pensé en escribir una relación con los nombres de las personas que vivían  y viven en el pueblo. Posteriormente, la descarté; pero leyendo “En el café de la Juventud perdida” del Premio Nobel Patrick Modiano, encontré el sentido para hacerlo al modo  del  personaje de su obra que anotaba los nombres y las fechas de las personas que entraban en el Café La Condé de París.  Esto es: recobrar los momentos, la historia concreta, la gente contemporánea del tiempo  más inicial de  mi vida; recuperar  los individuos que conformaron mi infancia,  mis experiencias, mi lenguaje, mis aprendizajes y toda esa realidad colectiva que forma un pueblo, en este caso el mío, lo que fue que solo volverá si volvemos a nombrarlo.

 Los vecinos que yo recuerdo, a partir de los años 50 eran, salvo algunas excepciones de personas que se instalaron en él por motivos laborales,  gente nacida o casada en el pueblo.

Por la Ley de Protección de datos, obviamente, no puedo publicarlos; pero sería interesante si fuera posible, tener un listado completo,  de todos quienes hemos sido vecinos de nuestro pueblo.

 



 

PLAZA CON ESCUELA Y CONSULTORIO

 

 

 

           HALLAZGOS. 3      Por último, el tercer objeto hallado, lo encontré, o mejor dicho, los encontré visitando el Museo Diocesano de ...